Son las ocho de la mañana del día de tu decimotercer cumpleaños, y si bien siempre comienzo tus cartas anuales diciéndote “Hola, mi amor”, esta vez siento que debería ir a despertarte, tirarte de las orejas, darte dos besos y un par de sopapos, por las dudas, por lo que habrás hecho o por lo que vas a hacer. Hoy cumplís trece años, mi amor, y ya sos oficialmente un adolescente. Y tu padre, mi amor, que toma café y fuma y siempre está abrumadoramente seguro de todo lo que dice, irradiando autoridad moral y certezas dogmáticas, ese mismo padre que, tras una intención y unos minutos de diversión supo que iba a ser padre, y que un día, después de nueve meses de sensaciones encontradas, de repente se encontró con que tenía en los brazos un pedazo de carne que no hacía más que llorar, comer y cagar, hoy está asustado.
Continue reading »
Comparte esto:
Los rituales se prolongan, a veces, a lo largo de toda una vida, mi amor. Cumplís hoy diez años, y yo es la octava vez que me siento a escribirte por eso, a tratar de decirte, mi amor, de explicarte, de contarte las pobrezas de un corazón de padre, algunas verdades que habitan en mis manos, algunos dolores que pueblan mi corazón, algunas risas que, ocasionalmente, se toman vacaciones en mi boca.
Hace tiempo que renuncié a explicarles, a vos y a tu hermano, que el amor de padre es tan intenso que es doloroso, desquiciante, tan absoluto y total que es la única fuerza viva capaz de ponerte por detrás de tus propios deseos, pero quisiera saber decirte que no tenés que leer mi renuncia (ni ninguna otra de mis renuncias) como algo malo. Parte del doloroso proceso de crecer y de amar es entender y aceptar que en este mundo hay cosas que simplemente te superan, que desde la pequeña atalaya que uno logra construir se ve sin problemas el alcance final de tu brazo, el límite de tu propia fuerza, la distancia abarcable desde la persona que uno es.
Continue reading »
Comparte esto:
Hola mi amor. Siempre empiezo así cuando te escribo, pero no es una fórmula sino un ritual. Y hoy más que nunca necesito del ritual, porque empiezo a sentir que ya no puedo hablarte como siempre. Ya no puedo decirte hijito, ni hablarte de cosas que vas a entender cuando seas grande. No puedo exigirte que te portes bien o que te abrigues, ya no.
Y no es, hijo, porque seas ya un hombre. Todavía no hay bigote en tu labio superior. Tu mirada se endureció este último año, y sin embargo, mi amor, todavía son muchas las veces que, al hacerte una broma o provocarte una risa, tu cara se transforma y puedo reconocer al niño, a mi hijito; puedo recuperar en tus ojos la devoción, esa mirada con la que los hijos chiquitos homenajean a sus padres, una mirada en la que no hay espacio para el error, un lugar en el que, todavía, puedo serlo todo para vos, soy tu conciencia y tus valores, tu amor y tu rabia, el dolor de las tremendas injusticias que, como niño, sufrís todos los días, y la pasión con la que enfrentás un nuevo desafío de origami.
Pero no es por eso, mi amor, que ya no puedo hablarte así.
No es por eso.
Continue reading »
Comparte esto:
Me levanto semidormido. Sé que día es hoy. No quiero saberlo pero lo sé, pasa una vez por año, y es inexorable. Además de viejo me vuelvo impresionable, me vuelvo más y más escéptico, menos espontáneo. Busco 43 en Google. El primer resultado es una cosa llamada “Licor 43”, seguido de siete mil novecientos millones de irrelevancias. No puedo evitar preguntarme por qué, en más de dos mil años de historia occidental no fuimos capaces de producir nada relevante relacionado con el número cuarenta y tres. Y entonces, a mis cuarenta y tres años recién cumplidos, se me ocurre preguntarme por la relevancia de cada cosa. Quizás no es que no hayamos sido capaces. Tal vez simplemente estamos eligiendo sistemáticamente poner la mirada en cosas irrelevantes. Probablemente sea un momento tan bueno o tan malo como cualquier otro para preguntarme qué miro, dónde pongo la atención, qué es lo que considero relevante.
Continue reading »
Comparte esto:
Todos los 16 de Octubre tenemos la misma conversación, mi amor. Vos me mirás con dos ojos que parece que van a romperse de lo grandes que son, y con la sonrisa de siempre, que resplandece de blanco en las paredes, anunciando que las va a resquebrajar por su brillo, por el sol, por la luz de tu sonrisa. Y entonces, mi amor, solamente entonces, una vez que te raspé la carita con besos de padre sin afeitar, una vez que tus ojos rebotaron para mí la felicidad única de sentirte especial, de saberte tocado por la singularidad de ser el punto exacto que marca otra vuelta de la tierra al sol, una vez que nuestras manos se sueltan, te cuento sobre el día en que naciste. Todos los años. La misma historia. Casi con las mismas palabras.
Y, para vos, todos los años, es especial.
Te cuento cómo se llevaron a Mamá. Cómo no me dejaron entrar porque era una cesárea. Te describo el pasillo solitario y frío del hospital a las tres de la mañana, y cómo salió una enfermera con vos en brazos, y me pidió que te sostuviera mientras cosían a Mamá.
Lo que te cuento, en realidad, es cómo pasamos juntos, a solas, tu primera media hora en este mundo.
Eso sí que es especial.
Continue reading »
Comparte esto:
Marty McFly llegó al futuro dentro de unos días, el 21 de Octubre de 2015. Sí, ya sé que es un poco fácil empezar por acá, teniendo en cuenta que esto, como casi todas las pavadas del mundo, es viral en Facebook. Pero sabrán disculparme, porque mientras escribo, la mañana silenciosa de un sábado soleado propicia que mi oficina sea invadida por las conversaciones apagadas de mis hijos jugando, los maullidos de mi gata y el murmullo cerrado de la heladera, haciendo su trabajo. Como estudiantes, me imagino que saben perfectamente cuánto distrae el entorno, y cómo se siente preguntarse, primero, por qué uno se comprometió a hacer esto; y segundo, por qué no lo hizo hasta último momento, dejándolo, como siempre, para el final. Después te das cuenta que el cerebro fue trabajando por su cuenta, y que hay un montón de pedacitos de ideas dando vueltas, y solamente hacen falta las tres cosas fundamentales: atraparlas, ordenarlas y creer en ellas.
Continue reading »
Comparte esto:
Como muchos de los que habitualmente me leen saben, tengo 42 años, soy papá y esposo y hermano y tengo una panza redonda. Tengo algunas virtudes y un montón de defectos, y entre esa sopa infame de cosas, también soy fan de Harry Potter. No hace falta que vuelva a explicar por qué soy fan, lo he hecho un montón de veces. No es el motivo de este artículo.
Este fin de semana que acaba de terminar, se hizo en Buenos Aires la Magic Meeting. Algo de lo que nunca había participado. Me enteré de rebote, y allá fuimos. El primer día improvisados, los cuatro, y el segundo más preparados, solamente los muy fans de la casa: Pablo, Daniel y yo.
No habíamos vivido nada parecido, y probablemente me cueste destacar lo que realmente me interesa decir, la reflexión que me convoca una vez más al papel y a la tinta.
Estaba lleno de gente. Probablemente treinta o cuarenta veces más del número más alto que yo me hubiese arriesgado a vaticinar si alguien me hubiera pedido que adivinase cuánta gente iría.
Continue reading »
Comparte esto:
Hoy, la Muerte pisó mi huerto.
Murió el papá de una de mis amigas más queridas.
Yo no lo conocía mucho. Mi último recuerdo de él es acerca de una tarde magnífica. Había ayudado a mi amiga a comprarse su primera casa. Una especie de PH en la calle Julián Álvarez. Estábamos todos ahí, ayudándola a soñar su vida de adulta, jugando a ser definitivamente grandes, y él estaba allí con nosotros, feliz, sonreía y hacía bromas. No importa mucho más, es el recuerdo que elijo para quedarme, no de él, sino de mi amiga con él, con su papá.
Más de quince años después, su muerte afectó tanto a mi amiga, que hoy siento eso. Siento que La Muerte pisó mi huerto.
Quien será ese buen amigo
que morirá conmigo
aunque sea un tanto así
Quien mentirá un padre nuestro
y a rey muerto rey puesto
pensara para sí
Continue reading »
Comparte esto:
Hola, hijo. Hola, mi amor. No te enojes, todos los años, en mi carta por tu cumple, te digo “Hijo” y te digo “Mi amor”. El género epistolar está lleno de formalidades, de encabezados que son así, y despedidas que son de esta otra manera, y a esta altura, con tus once añitos, a veces me da miedo avergonzarte un poco cuando te hablo así, pero en mis cartas para vos no hay formalidades, sino rituales. Y aunque cumplas once, y eso te haga ser casi tan tonto como un hombre adulto, necesito pedirte, de hombre a hombre, que me permitas esos rituales, porque es en esas palabras, mi amor, cuando puedo transportarme al bebito que una vez fuiste, a tus eructos agrios de leche materna semidigerida, a tus bracitos buscando mi cuello… Y ¿sabés una cosa? Necesito de esos rituales para sentarme, una vez por año, a escribirte una carta por tu cumpleaños. No los necesito para saber qué decir, ni los necesito para conectar con vos o con lo que siento. Los necesito como un perro necesita mear un alambrado para marcar su territorio. Los necesito como un país necesita soldados para proteger sus fronteras. Los necesito como una loba necesita matar por sus cachorros. Necesito de esos rituales, mi amor para, por este ratito en el que yo te hablo y vos escuchás, establecer más fuerte que nunca que soy tu padre, y también para reconocer ante mí mismo que eso no significa nada si no viene con el desastre glandular que me ocurre cuando te abrazo, con el dolor en el pecho que me produce tu angustia, con la felicidad instantánea que me da tu risa cuando explota por fuera de tu boca, con el placer de mirarte, de saber que estás creciendo, que te estás haciendo hombre mejor que yo. Ojalá un día, mi amor, tengas hijos, y entonces puedas recordar en mis palabras que ser padre no quiere decir nada. Lo que tiene significado en la vida de un hombre es la cantidad de miedo, pasión, felicidad y dolor que se siente, ser desbordado desde el pecho hasta los dientes, saberse potencialmente superado por los hijos, y al mismo tiempo tener que continuar a cargo, dirigiendo una vida sin haber podido ensayar cómo se hace, sin vida extra, sin espacio para el error, y sin embargo cometiendo uno tras otro. Ser padre es permitirle a tu corazón irse a vivir fuera de tu pecho, y morir en cada lágrima de tus hijos.
Continue reading »
Comparte esto:
El sentido de la vida, el universo y todo lo demás es, sin ningún género de dudas, 42. Desde antes y por supuesto después de Douglas Adams. Si se le pregunta adecuadamente, hasta Google responde 42.
Y hoy cumplo 42.
Por primera vez en mi vida, después de tantas guerras inútiles, tanta batalla a brazo partido, algunas victorias fugaces, y mucho, mucho amor desparramado, la primera y la última pregunta del día ya no deben ser sobre el sentido de la vida. Quizás ya no deben ser preguntas.
Quizás sea hora de algunas respuestas. Desafectadas, reales, sin más información que la necesaria. Si al final de la historia solamente se puede establecer con total seguridad que seis por nueve es cuarenta y dos, entonces, definitivamente, la vida, el universo y todo lo demás están repletos de sentido.
El sentido de la vida es, todas las mañanas, salir descalzo a mi terraza con una taza de café en la mano y un cigarrillo en la otra, y terminar de ver como el amanecer rompe la noche, mientras pienso casi sin palabras, como un murmullo cerrado que, a pesar de provenir de mi cabeza, se desvía para pasar por el corazón.
Continue reading »
Comparte esto:
Suscriptores por email
242Suscribirse a las noticias de Federico
Danos tu dirección de email, y te enviaremos cada artículo que publique Federico inmediatamente.Comentarios recientes
- Carles G en Seis bytes de madurez
- Patricia Pereire en Cien gigabytes de soledad
- susi grau en Café con aroma de varón
- LL en 42, El sentido de la vida
- LL en La bisectriz de la vida