El 11 de Julio de 2010 España conseguía por primera vez en su historia coronarse como Campeona Mundial de Fútbol. Una historia no exenta de sangre, entre la que podemos encontrar campañas de exterminio en las Indias, un imperialismo salvaje que paseó su sed de sangre y oro por casi todo el mundo, y la soberbia intachable de llevar a todos los confines la palabra de Dios.
Desde mi ventana, el cántico coral de “Soy Español, Español, Español” rompía la noche, impidiendo dormir a mis hijos. Era entonado por cientos de gargantas de mis vecinos, los mismos que hoy, día de las elecciones catalanas entintadas de independentismo, decoran sus balcones con banderas de guerra soberanista. No puedo evitar llegar a la triste conclusión de que estamos más dispuestos a unirnos a razón de una victoria deportiva que para encontrar un camino conjunto que nos saque de la miseria y la crisis, para expulsar a los falsos líderes que capitanean la destrucción y la caída en desgracia de esta España en la que, mientras algunos toman malas decisiones a conciencia, y otros cubren la papeleta de la protesta, la gran mayoría simplemente observa, moviendo negativamente la cabeza e implorando en secreto no ser el siguiente.
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