Es inevitable. Así como el olor de las almendras amargas le recordaba al doctor Juvenal Urbino el destino de los amores contrariados, a mí, algunas veces, cuando la realidad se revela con una sorpresa y me invita a una nueva etapa, se me revuelve el alma tanguera y feroz; un dos por cuatro dibujado en el aire con una sonrisa y un silencio, y más argentino que nunca, sonrío de lado porque nunca, nunca, vi a nadie bailar un tango de verdad mordiendo un clavel – es una fantasía tan enteramente gringa que a veces nos la creemos hasta los argentinos -, pero ahora mismo, si tuviera a mano ese clavel, me comería sus pétalos a mordisquitos suaves, saboreándolo.
Chorro. Chorro porque sin disimulo ni arrepentimiento, me dispongo a robarles, durante un ratito, el silencio de las mañanas de los lunes. Apertrechados en algunas magias de abnegados chamanes tecnológicos y vibrantes palabras lanzadas al aire, un grupo de argentinos hace desde 2009 un programa de radio en España. Se llama, cómo no, Cambalache, y solamente dos años después es la referencia principal durante las mañanas de radio para los argentinos en la Península Ibérica.
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