¿Y lo que duele el amor? (Daniel VIII)
Los rituales se prolongan, a veces, a lo largo de toda una vida, mi amor. Cumplís hoy diez años, y yo es la octava vez que me siento a escribirte por eso, a tratar de decirte, mi amor, de explicarte, de contarte las pobrezas de un corazón de padre, algunas verdades que habitan en mis manos, algunos dolores que pueblan mi corazón, algunas risas que, ocasionalmente, se toman vacaciones en mi boca.
Hace tiempo que renuncié a explicarles, a vos y a tu hermano, que el amor de padre es tan intenso que es doloroso, desquiciante, tan absoluto y total que es la única fuerza viva capaz de ponerte por detrás de tus propios deseos, pero quisiera saber decirte que no tenés que leer mi renuncia (ni ninguna otra de mis renuncias) como algo malo. Parte del doloroso proceso de crecer y de amar es entender y aceptar que en este mundo hay cosas que simplemente te superan, que desde la pequeña atalaya que uno logra construir se ve sin problemas el alcance final de tu brazo, el límite de tu propia fuerza, la distancia abarcable desde la persona que uno es.
Pero mi amor, eso no tiene que preocuparte ahora. Quisiera ser capaz de contarte mis diez años. No para guiarte, porque siento cada día que sos mucho más de lo que yo era a tu edad, sino para ser capaz de acompañarte, para, por un ratito, jugar a que mis pasos pueden acompasarse a los tuyos. La conciencia de lo asimétrico de la relación filial siempre me abrumó. No es algo que me pese, ni algo que no desee. Es algo que me supera, en un sentido bueno, y de lo que lo único que lamento es no ser capaz de vestir una piel de niño por un día, de jugar de igual a igual contigo, de navegar tu fantasía infantil con verdadera seriedad, de escucharte no de hombre a hombre, sino de niño a niño.
Hoy, mi amor, en tu décimo cumpleaños, no tengo más que ofrecerte como regalo que la reconfirmación absoluta de mi amor sin límites, el pozo de verdades que me enorgullecen y también las que me avergüenzan, mi bravura y mis derrotas, las palabras de amor que no supe decirte y las que te digo constantemente.
En cambio, chiquitín, esta vez, por tu cumpleaños, quiero pedirte, con infinito respeto por tus mundos privados, que me dejes ser niño otra vez a tu lado, que hagas un lugarcito en tu corazón para mis tribulaciones infantiles que aún sobreviven, que me incluyas en tu fantasía, que hagas un pequeño esfuerzo en tu corazón, para ver a través de mis ojos al niño que fui, al que intento esconder sin éxito cuando me relaciono con adultos, al que se me desborda de la piel cuando nos disfrazamos juntos y jugamos juegos reales. Quiero pedirte, mi amor, que dejes que tu corazón generoso me dé la mano y me lleve por la ruta de tus amores y tus miedos, tus dolores y tus alegrías.
Y yo sé que esto no es más que una fantasía inútil: hay un momento de la vida en la que los adultos perdemos para siempre la estrella primaria que guía a los niños. Hay una sombra oscura que nos impide sentarnos en el suelo como los indios y jugar de verdad.
Pero hijito, creeme que si hoy yo fuese capaz de soplar una vela pidiendo un deseo genuino, ese sería tener diez años por un día, y pasar ese día junto a vos. Embarrarnos las rodillas y vivir unas pocas horas interminables en un mundo creado por vos para los dos. Nos imagino caminando por un parque, abrazados, compartiendo confidencias de amigos inseparables, mientras esquivamos ataques de Storm Troopers, Orcos o Mortífagos. Nos imagino revolcándonos por el suelo, disparando armas de rayos, blandiendo sables láser o varitas de acebo y pluma de fénix. Nos imagino corriendo con todas nuestras fuerzas para salvar el mundo, y sabiendo con una certeza total y absoluta que de ninguna manera podríamos estar en un bando que no fuese el de los buenos.
Y en esa fantasía, mi amor, en ese juego que, por más que desee, no soy capaz de jugar, nada me acerca más a vos que la ternura infinita de tu corazón. Nada me deja leerte mejor que tu lealtad, tu inocencia y tu nobleza.
Hay una cosa, hijo, que como padre es muy difícil de aprender. Yo puedo guiarte, educarte, reprenderte, enseñarte, escucharte, abrazarte. Puedo morir por vos sin ninguna duda, y con más entusiasmo puedo vivir para verte crecer y transformarte en un hombre. Pero lo que es realmente difícil en ese proceso, lo que te hace sentir pequeño como hombre y como ser humano, es darte cuenta, día tras día, que sentís admiración por tus hijos, que sentís que ellos son mejores personas que vos. Y es raro, porque es algo de lo que me enorgullezco tremendamente. Es algo que me lleva al mejor de los lugares, y en última instancia, es algo que también me habla bien de mí y de mi trabajo como padre. Pero a pesar de todo eso, hay momentos en los que la certeza de tu humanidad se abre como un pozo a mis pies, y me da vértigo, porque es cuando siento que los adultos no hacemos más que empeorar a los niños (estadísticamente hablando, porque si no, la maldad de este mundo es inexplicable).
Y es por eso, mi amor, que deseo tan fuerte poder ser niño contigo durante un día, para obtener, de igual a igual, las claves que me permitan ayudarte a mantener tu corazón así de puro, así de noble, así de generoso y leal, y para cuidar, proteger y fomentar tu fantasía, tu imaginación y tus ganas de jugar.
Es por eso, hijito, que te cuento que a veces duele el amor. No porque la paternidad duela, sino porque los adultos tenemos límites emocionales que nos alejan de los niños, que nos cubren los ojos con una venda oscura, limitando las formas en las que podemos amarlos.
Deseo muy fuerte, mi amor, que un día leas esta y otras cartas que te he escrito, y encuentres en tu corazón la certeza de que, el día que cumpliste diez años yo estuve ahí, y aunque no lo logré, puse mi corazón, mi sangre y mis tripas en tener diez años para vos otra vez, en jugar contigo de igual a igual, y en leer directamente de tu ternura las claves para conservarla intacta toda tu vida.
Gracias, mi amor, porque cuando me duele el amor de padre, a través de tus ojitos puedo saber que, al menos una parte, no la estoy haciendo tan mal.
Feliz cumpleaños.
Te adora, Papá.
Buenos Aires, 16 de Octubre de 2016.
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