42, El sentido de la vida
El sentido de la vida, el universo y todo lo demás es, sin ningún género de dudas, 42. Desde antes y por supuesto después de Douglas Adams. Si se le pregunta adecuadamente, hasta Google responde 42.
Y hoy cumplo 42.
Por primera vez en mi vida, después de tantas guerras inútiles, tanta batalla a brazo partido, algunas victorias fugaces, y mucho, mucho amor desparramado, la primera y la última pregunta del día ya no deben ser sobre el sentido de la vida. Quizás ya no deben ser preguntas.
Quizás sea hora de algunas respuestas. Desafectadas, reales, sin más información que la necesaria. Si al final de la historia solamente se puede establecer con total seguridad que seis por nueve es cuarenta y dos, entonces, definitivamente, la vida, el universo y todo lo demás están repletos de sentido.
El sentido de la vida es, todas las mañanas, salir descalzo a mi terraza con una taza de café en la mano y un cigarrillo en la otra, y terminar de ver como el amanecer rompe la noche, mientras pienso casi sin palabras, como un murmullo cerrado que, a pesar de provenir de mi cabeza, se desvía para pasar por el corazón.
Gloria, mi mujer, es el sentido de la vida, jugándose entera, en cuerpo y alma, para poner el hombro en esta aventura de mudarnos a Buenos Aires, de empezar de nuevo algunas cosas y retomar algunas viejas costumbres.
El sentido de la vida es mi hijo Pablo, su perfil de naricita y sus labios generosos, su preadolescencia punzante y sus esporádicos estallidos de niñez efervescente, su amor ilimitado y su capacidad de asombro, su curiosidad abismal, su ternura contenida, el álgebra poderosa de su motor de lenguaje.
Mi hijo Daniel es el sentido de la vida, sus dos ojos redondos como platos, su dulzura iterativa, infinita, calentita, su sonrisa solar, sus abrazos que te duelen en un rincón incierto entre el pecho y el hueco donde se suele alojar el alma, su capacidad de juego, su divertimento fácil, su risa explosiva, su amor, también sin límites.
El sentido de la vida son todos mis hermanos, los de media sangre, los de casualidad, los de elección, todos ellos, perdidos cada uno en su lucha personal, en su jardín de invierno, en su instinto feroz, en las vueltas de su vida, en la respuesta última a su propio seis por nueve 42.
Mis amigos, cómo no, son el sentido de la vida, otra hermandad por elección, dispuestos a regalar su sangre, su hígado, sus pulmones. Mis amigos abren los brazos una y otra vez, me reciben siempre. Soy incapaz de imaginar un 42, un sentido de la vida en el que no estén mis amigos.
Mis padres, también, son el sentido de la vida. Con sus enseñanzas feroces, con los dogmas antiguos transmitidos con el dedo índice en alto, con el amor que solamente mi propia paternidad me permitió entender completamente, muchos años después.
El sentido de la vida es todo lo que quedó en España, personas, lugares y aromas que quedaron allá, que llevo conmigo, que habitan en mi familia, que están presentes en el desayuno y en la cena, que huelen a ajo y tortilla, y que son irreemplazables.
Argentina es el sentido de la vida, sin más palabras que las heridas, los amores, las pasiones y el fútbol. El sentido de la vida es Uruguay, también.
Minerva, mi gata, cazando insectos en el balcón, agazapada, es el sentido de la vida, ensayando una ferocidad chiquita, un león de juguete, un ronroneo mayúsculo y unas siestas tiránicas sobre mis piernas.
El sentido de la vida es servirse soda de un sifón, escuchar el siseo y la cascada en miniatura, las burbujas en los ojos y en la garganta, el lamento final del esófago al dejarla caer adentro.
Al parecer, el sentido de la vida no es la posteridad, la trascendencia, los grandes logros ni las victorias épicas, sino charlar, jugar, amar, aprender, prestar, recibir, abrazar, pernoctar, despertar, ir al baño y al supermercado, encontrar reflejo en la mirada de los otros.
El año que viene estará repleto de sentido, y cuando cumpla 43… entonces dejará de importarme, porque los dígitos de mi edad sumarán cinco.
El sentido de la vida, definitivamente, es 42.
Buenos Aires, 27 de marzo de 2015.
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Me parece muy interesante la forma de expresar lo que siente el autor respecto al tema y a sus 42 años. Feliz cumpleaños y deseos de Bendiciones de Dios.
el sentido de la vida es todo lo que querramos que lo tengan, y la capacidad de atreverse a sentirlo…de mantener la mirada de niña, la emoción de adolescente, la pasión de las primeras veces con la experiencia de las siguientes…El sentido de la vida, es dárselo a los pequeños momentos-
me encantó la entrada..aunque ya no le importe porque el álgebra no sea la adecuada .